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Por: Héctor R. Hernández (@realidadamerica)
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Por Héctor Hernández.
Cuando Kalusha Bwalya Chongo llegó a México, era un auténtico desconocido. La incertidumbre se hizo presa de la afición americanista que nunca había contado en sus filas con un futbolista africano, y de golpe y porrazo para la temporada de liga 94-95 tendría a dos. Y el otro, Francois Omam Biyik, era al menos, "alguien más conocido” por haber disputado ya un par de Mundiales con Camerún. Del zambiano no se sabía nada.
Me puse a investigar quién era el flamante refuerzo azulcrema y hubo un detalle que me impresionó: siendo el líder, el capitán de su selección, mientras disputaba la eliminatoria rumbo a la Copa del Mundo de Estados Unidos 1994, no pudo tomar una conexión de avión y se quedó en Europa, por lo que sus compañeros viajaron sin él y lamentablemente la aeronave tuvo un accidente y no hubo sobrevivientes. A Kalusha definitivamente el cielo lo tocó y el destino tenía otros planes para él.
Llegó procedente del PSV Eindhoven de Holanda, hoy nombrado Países Bajos, y donde había salido campeón un par de veces de la ‘Eredivisie’ - la liga de aquél país-.
Se tenía que tener la entereza y el corazón para jugar al futbol después de la desgracia por la que Kalusha pasó y rápidamente Leo Beenhakker lo puso de titular. Sí, de titular siempre, y al decir siempre, es siempre, y fue lo más lógico del mundo ya que el ex entrenador del Real Madrid lo trajo al América.
Era un mediocampista con una clase envidiable y un toque de balón como muy pocos que con su futbol impresionó y maravilló al público en general.
El idioma no fue problema para él, y muy pronto se entendía a la perfección con sus compañeros y con la afición, que gol tras gol, pase tras pase, sudor tras sudor, se enamoró de un futbolista carismático y leal.
Un verdadero crack que anotó 24 goles en 109 partidos oficiales con el Club América que todo lo hacía espectacular, inclusive hasta sus poco errores, como aquél gol que falló ante el Cruz Azul, falla que se hizo célebre, disparando desde fuera del área y pegando el balón en el poste no habiendo portero.
La rentabilidad no es otra cosa que "el resultado del proceso productivo” y Kalusha Bwalya tuvo una rentabilidad absoluta con las Águilas del América, se ganó a la afición, conquistó el otro lado del mundo, donde no se sabía nada de él, y donde se retiró como futbolista profesional .
En el año 2016 fue seleccionado por la afición americanista como uno de los mejores mediocampistas en las historia de las Águilas y su recuerdo, su toque fácil de balón y su actitud engalanaron el Centenario del Club América cerrando así un capítulo en su historia así como en la del equipo... y mientras tanto, que siga rodando el balón, ¡hasta la próxima!
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Cuando Juan ‘Cheche’ Hernández anotó al Cruz Azul a los seis minutos el primer gol del América en la final de Liga 88-89 y corrió eufórico a la grada de un enloquecido estadio Azteca, me llamó mucho la atención que quien primero fue a felicitarlo estallando en júbilo fue el chamaco recoge balones del partido, y se abrazaron con una empatía absoluta.
“¡Qué suerte tiene ese niño!” pensé.
Un año después, el 19 de septiembre de 1990, en el estadio Luis ‘Pirata’ Fuente de Veracruz, durante el torneo de Copa 90-91, -que en su reglamento tenía la peculiaridad de que los equipos debían alinear en cada partido a dos jóvenes de categorías inferiores- se da el debut de un futbolista que ningún aficionado tenía en el radar, Raúl Rodrigo Lara Tovar.
¿Quién era Rodrigo Lara?... Pues ni más ni menos que aquél chamaco suertudo que feliz de la vida abrazó y festejó con Juan Hernández el gol en la final contra la Máquina Cementera un año atrás. Ahí todo cobró sentido.
Magnifico medio de contención surgido de fuerzas básicas, entró a substituir a Isaac Terrazas –otro novel jugador en dicho torneo- cuando el América perdía 0-3 contra los Tiburones Rojos al medio tiempo. No sabemos cuáles fueron las instrucciones que recibió del técnico Dragoslav Šekularac, serbio que a duras penas hablaba castellano. Pero lo que sí sabemos, es que después del complemento, las Águilas ganaron ese juego copero 4-3.
¿Talismán?, puede ser. ¿Suerte? Tal vez. No era fácil ganar en Veracruz como visitantes y menos aún anotar cuatro goles en 45 minutos. El América lo hizo y con Lara en la cancha. Fue un debut inolvidable para el adolescente que tenía en el momento de debutar 17 años, 6 meses y 20 días, siendo con eso, uno de los 10 futbolistas más jóvenes en debutar oficialmente en la historia del Club América.
Ahí empezó el largo camino de Larita, que forjó una historia propia, de clase, orgullo, y calidad. Fue el primero de sus 387 partidos oficiales en el América. Es el prototipo del jugador ideal para el cuadro de Coapa: nacido en el nido águila, con clase futbolística y con el don de líder que todo jugador que lleve en sus venas la sangre americanista, debe tener.
Tuvieron que pasar dos torneos de Liga completos, 90-91 y 91-92 para que con el cambio generacional, Lara tomara la alternativa finalmente de ser titular. Y esa se la dio el técnico brasileño Paulo Roberto Falcao, que en su triste y terrible gestión al mando del América, fue lo único bueno que hizo. Ya sin Cristóbal Ortega en el equipo, a las Águilas les urgía el medio de contención que hiciera una labor similar a la de la leyenda azulcrema.
Esa 92-93 Lara disputó 31 partidos en Liga y 6 de Concacaf, en la cual salió campeón. Casi nada. En su primera campaña como titular, se corona internacionalmente, a lado de figuras consagradas mundialmente como Hugo Sánchez y Oscar Ruggeri y compañeros americanistas de gran talento como Luis Roberto Alves ‘Zaguinho’, Germán Martellotto, Gonzalo Farfán y el propio Juan Hernández, aquél que Lara veía como ídolo unos años atrás.
Empezó ahí una larga carrera del mediocampista, no solo en el América sino en la selección Nacional, tanto juvenil, como olímpica y mayor.
Juegos Panamericanos en Mar del Plata en 1995, Juegos Olímpicos en Atlanta 1996, Copa del Mundo en Francia 1998 así como Copas América, Copas Oro y eliminatorias mundialistas figuran en su currículo.
Y fue justamente en una de esas eliminatorias, jugando en Panamá, cuando él solo y por culpa de una cancha infumable, se rompió la rodilla y se puede decir que fue el principio del fin.
Le costó regresar en un primer plano, pero le alcanzó para lograr lo que toda su carrera había deseado, había añorado: ser campeón de Liga con el América, situación que por fin se dio en el Verano 2002.
Casualmente, desde que abrazó a Juan Hernández en 1989 en aquella final contra Cruz Azul, el América no volvió a disputar otra final más hasta mayo de 2002, cuando le ganaron épicamente al Necaxa.
Inolvidables momentos como americanista vivió Raúl Rodrigo Lara, como cuando por tratar de despejar un balón con la cabeza, José Antonio ‘Tato’ Noriega del Monterrey le dio una patada en la de pensar y el pánico se hizo presente esa noche de lunes en el estadio Azteca cuando tuvo que salir en ambulancia rumbo al hospital no sin antes haber convulsionado en el terreno de juego.
O cómo olvidar cuando el América tuvo que jugar el 9 de abril de 1998 en Brasil contra el Vasco da Gama un partido de Copa Libertadores y ¡al día siguiente! tuvo que disputar contra Toros Neza en Ciudad Nezahualcóyotl un cotejo de Repechaje del torneo de Verano 1998. El ‘6’ fue el único jugador americanista que vio acción en los dos duelos.
También es imposible olvidar cuando estuvo a punto de agarrarse a trompadas con Ricardo Lavolpe, entrenador del Atlas y ex técnico americanista, -quien en su paso por las Águilas en 1996 no trató muy bien a los jóvenes como Lara- y se burló del América en un partido en el estadio Jalisco.
Pero lo más importante de Raúl Rodrigo Lara fue esa labor silenciosa en el terreno de juego, cumplidora al ciento por ciento, ese liderazgo que lo distinguió sobre sus demás compañeros y que lo llevó a ser muchas veces el capitán del equipo. Un auténtico americanista de pies a cabeza 24/7, de los que ya no hay, de los que extrañamos, esos que muchas veces son infravalorados por no tener los reflectores sobre ellos, pero son al mismo tiempo, los más importantes del equipo. Ojalá y llegue uno como él, y mientras tanto, que siga rodando el balón... ¡hasta la próxima!
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Los dardos mortíferos de un bebé: Pavel Pardo.
Jueves, 03 Junio 2021 16:28 Publicado en Héctor Hernández
Por Héctor Hernández.
El nacido en Guadalajara, fue contratado por el América para la temporada de Invierno 1999, justo cuando terminaba el viejo siglo, y cuando se dieron una serie de cambios con las Águilas, tanto en la dirección técnica como en la presidencia.
Llegó de los Tecos de la UAG siendo crack, seleccionado y mundialista. Lateral derecho que tenía una técnica individual como muy pocos, y que por lo mismo, muy poco duró jugando en esa posición debido a que le vieron las suficientes cualidades como para poder desarrollarse en la media cancha, en la contención para ser más preciso.
Fue ahí donde dio sus mejores partidos en el mucho tiempo que jugó en el equipo de Coapa y siempre demostró su entrega y pundonor.
Su principal característica era su educado toque de balón, con el cual le puso unos certeros pases de gol a Cuauhtémoc Blanco. ¡Los famosísimos dardos envenenados!
Cuando Temo se fue a Europa, le heredo el gafete de capitán y con Manuel Lapuente en la dirección técnica de las Águilas fue rescatado del marasmo donde todo el conjunto americanista había caído en el año 2001, en aquella época cuando separaron del equipo a Duilio Davino, Fabián Estay y Braulio Luna. Se decía que el siguiente en ser apartado del primer equipo para mandarlo a la sucursal de Primea A -el Real San Lui-s, era justamente Pardo. Pero la ayuda del ex entrenador de la selección mexicana fue determinante para que Pavel resurgiera del hoyo donde había caído y que le costó quedar al margen del Mundial de Corea y Japón 2002.
Lo primero que el técnico de la capucha hizo fue hacerlo capitán del equipo. Y así es como Pardo volvió a subir su nivel de juego y en la temporada Verano 2002 fue campeón de Liga luego de que las Águilas habían pasado 13 años de sequía. Fue tal su entrega en la cancha, que esa inolvidable tarde del 26 de mayo en el estadio Azteca cuando el América derrotó al Necaxa 3-0, salió lesionado, medio conmocionado por un choque, y cuando él como capitán recibió el trofeo de campeón, no sabía qué pasaba.
Para entonces, Pavel ya era muy querido por la afición azulcrema y de 2002 a 2005 siguió en ascenso, y en el Verano 2005 ahora de la mano de Mario Carrillo volvió a disfrutar las mieles del éxito al salir campeón de liga otra vez. Y le siguió el titulo de Campeón de Campeones.
El premio a su esfuerzo fue la convocatoria al Mundial de Alemania en 2006 donde fue visto por gente del Stuttgart de Alemania a donde se fue a jugar al terminar su buena actuación en la Copa del Mundo.
Mientras él estaba en Alemania, al América no le fue nada bien, y fue reclutado de nuevo para pasar los últimos años de su carrera en México, a partir del Clausura 2009 y hasta el Clausura 2011 cuando partió a Estados Unidos a retirarse con el Chicago Fire.
En su estancia con el América anotó 30 goles en más de 400 partidos oficiales y dejó un grato sabor de boca, ya que siempre lo dio todo, desde que llegó “bebe” hasta cuando salió siendo adulto, ídolo y referente. De la gente que no nuca se olvia uno... Y mientras tanto, que siga rodando el balón... ¡hasta la próxima!
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Por Héctor Hernández
La llegada de Eduardo Bacas al Club América no fue por casualidad. Era su destino. Desde siempre le gustó mucho a Panchito Hernández y antes de firmar al nacido en el Ingenio La Florida, provincia de Tucumán, Argentina ya había estado en el radar americanista, no una, sino dos veces, hasta que la tercera fue la vencida.
Primeramente fue citado como candidato a venir cuando el vicepresidente crema voló a Sudamérica en 1979 con la intención de contratar a quien supliría a José Dirceu Guimaraes. Posteriormente en un viaje en 1980 cuando el mismo Hernández y Carlos Reinoso viajaron por Nilton Pinheiro ‘Batata’, Bacas también fue muy del agrado de Panchito. Finalmente se dio su llegada al equipo en un momento clave para todos: para él, para el América y para el ‘americanismo’.
Ya no era un jovencito cuando a sus 28 años se olvidó de los éxitos en el Rosario Central donde había sido campeón y decidió aceptar la oferta para salir de su país y llegar al equipo más importante y mediático de México.
Callado, discreto fuera del terreno de juego, igualmente lo era en la cancha de futbol. No fue un jugador de alto perfil, sino todo lo contrario. Esa labor la ocupaban otros en el rectángulo verde; el ‘Tucumano’ trabajaba para el servicio del equipo.
Si bien no tuvo el mejor de los debuts ya que fue expulsado contra el Neza en su primer juego oficial con las nacientes ‘Águilas’ en la temporada de liga 81-82, después de eso, rara vez soltó el puesto de titular. Jugó 38 partidos ese torneo y anotó un par de goles.
Para la siguiente campaña, fue participe de 34 duelos y su cuota goleadora creció a 6. Este gran campeonato fue muy especial para el América ya que en esa 82-83 el equipo rompió récords en la historia del futbol mexicano, tanto de triunfos como de puntos obtenidos. Se quedaron en la orilla del título de campeón y fueron eliminados en un polémico partido en semifinales por el Guadalajara. Tanto Bacas, como el resto de jugadores acabaron con una espina clavada, que les dolió tanto o más que a la afición.
Pero la revancha llegó rápido, ya que para el siguiente torneo, el campeonato de liga 83-84, prácticamente con el mismo equipo, y evidentemente más maduros, el éxito llegó para el América, y lo que tanto había deseado Eduardo Bacas desde su llegada a México, para lo que había sido contratado, ¡se dio por fin!
Además de jugar 21 partidos - ya que esa campaña tuvo una seria lesión- anotó 4 goles, pero uno de estos es sin duda, tal vez el que más haya gritado él y todo el 'americanismo': en la final del certamen contra el Guadalajara, de quien se desquitaron las Águilas al humillarlos y ganarles claramente en el estadio Azteca, con un jugador menos, el 10 de junio de 1984.
Bacas seguía siendo el jugador tranquilo, el que no acaparaba ni portadas de periódicos, ni repeticiones espectaculares durante los partidos. Y así funcionó perfecto, y siguió en el mismo tenor, para la 84-85, donde nuevamente el equipo volvió a tener un gran torneo y otra vez fueron campeones, jugando la final contra los Pumas de la UNAM en un tercer partido, ya que terminaron dos veces empatados.
Y fue justo, en el segundo duelo de esa final, que él tuvo una oportunidad de oro para terminarlo todo y no la concretó. Tal vez en ese momento sintió que el mundo se le venía encima, pero afortunadamente, dos noches después, le dio un pase de gol a Daniel Brailovsky y selló una campaña con 24 partidos y un tanto y así las Águilas se consagraron como Bicampeones.
La cereza del pastel para el finísimo mediocampista se dio para el Torneo Prode 85, cuando por la imprevista partida del equipo de Brailovsky a finales del torneo, se tuvo que poner el traje del líder absoluto en la final contra el Tampico Madero, al que le marcó 2 goles de penal y dio una asistencia para Ramón Ireta, siendo vital en el desarrollo del partido y del resultado. En ese campeonato jugó 12 encuentros y anotó 4 tantos.
Dos torneos más disputó con las Águilas, el México 86 donde participó en 21 partidos y anotó dos goles, así como la temporada 86-87, en la cual jugó 34 duelos, marcó 10 anotaciones y tuvo un rol ya de más peso debido a la ausencia de Brailovsky. Luego de este certamen se cierra su brillante ciclo en el Club América donde jugó en total 7 torneos de Liga y una copa de Concacaf. Disputó 190 partidos oficiales e hizo 30 goles.
Alguna vez le pregunté a Panchito Hernández que, ¿Quiénes eran los mejores cinco futbolistas que él había contratado para el América? , y en esa lista apareció el nombre de Eduardo Bacas. No se equivocó nadie: ni el directivo al traerlo, ni el jugador al aceptar venir, ni la afición en admirarlo, porque siempre lo mereció.
Es así como en resumidas cuentas Eduardo Bacas, crack, figura y leyenda será recordado siempre: tricampeón. Cuando llego de Argentina con 28 años traía el propósito de salir monarca. A los 32 los había conseguido tres veces seguidas, con su regularidad, su profesionalismo, su entusiasmo, su liderazgo y su clase en el terreno de juego. Esa clase que parecía callada, silenciosa pero efectiva y que rindió frutos en un largo y sinuoso camino para él… Y mientras tanto, que siga rodando el balón... ¡hasta la próxima!
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